Capitulo II. El salto

l suceso poco o nada común de ver a la bruja dando ese salto asombroso, rápidamente fue conocido por todos los del pueblo. Aún no debería de habérseles pasado el pasmo a las vecinas que la vieron, cuando pasó otra y les preguntó.

– ¿Qué os pasa, que parece que hayáis visto un espíritu?

– Un espíritu no, pero hemos visto algo más increíble. Josefa, la Zarpazos, para demostrar el efecto de los ajos, ha dado un salto de, por lo menos, por lo menos, una vara.

Aquella vecina, Milagros, no sabía que, con su pequeña exageración, acababa de prender la mecha. Existe une ley universal que dice que cuando un rumor se propaga, cada vez que pasa de una persona a otra, lo hace un poco más inflado y desmedido. Así, muchas sagas y leyendas épicas, posiblemente nacieron como acontecimientos de lo más normales, pero a fuerza de ser engrandecidos y magnificados, poco a poco, durante generaciones, acabaron por convertirse en magníficos y fabulosos relatos.

No mucho rato después, la mujer estaba contándolo en casa a su marido.

– Pues como te digo, Paco. Estaban en la calle Milagros, Anselma y Joaquina y llegó Josefa, la Zarpazos. Les dijo “mirad lo que hacen los ajos”. ¿Y sabes qué hizo? ¡Dio un salto de tres o cuatro varas! ¡casi llega a la altura de los tejados! Y yo, llegué justo después y casi lo veo.

– Mi mujer – contaba Paco en su taberna aquella noche- lo vio con sus propios ojos. Josefa la Zarpazos se comió un ajo y dio un salto tan grande como el ancho de la calle y a tan alto como los tejados. Así, como lo oís.

Al día siguiente, en la era, mientras descansaban de las labores de la trilla, uno de los que escuchó el relato de Paco en la taberna, lo contaba a su manera.

– Se comió un ajo y dio un salto que la llevó a la otra punta de la calle por encima de los tejados.

Los que le oían, por un lado, le restaban crédito al relato, asegurando que sería una invención. Pero por otro, estaban deseando de poder contárselo a su vez a alguien. Un poquito más exagerado eso sí. De tal manera, lo que comenzó sin ser acontecimiento digno de mención, se estaba convirtiendo en un hecho cada vez más milagroso y comenzó a escucharse en otros pueblos. Josefa Zarpazos permanecía inmersa en sus menesteres y en sus hierbas, al margen de la leyenda que se estaba forjando. No sospechaba que su nombre se iba a pronunciar a muchas leguas de Aceuchal.

La historia se pone interesante, continúa leyendo en el Capítulo III.