La Bruja de los Ajos de Aceuchal es una fiesta que, en los últimos años, ha llegado a alcanzar notoriedad en los medios de comunicación. Alrededor de ella se dan cita el elemento lúdico, el gastronómico, el cultural y la reivindicación de uno de sus productos más emblemáticos: el ajo. Pero también procede recordar que el eje vertebrador de esta manifestación popular es una historia, un cuento, que posee un poso de veracidad histórica documentada. Josefa la Zarpazos fue una persona que realmente existió, que fue acusada de brujería y que un día, hace casi cuatro siglos, vivió en Aceuchal.
Aunque la historia de las brujas no es muy conocida, desde hace miles de años y hasta hace poco, su figura estaba muy presente en la sociedad, sobre todo en el mundo rural. Es cierto que las hechiceras de Extremadura son mucho más desconocidas que las Meigas gallegas o las Sorguinas vascas, pero se puede afirmar que nuestra tierra también cuenta con una arraigada, pretérita e interesante tradición brujeril y que, durante mucho tiempo por estas tierras, la palabra “bruja” se pronunciaba con bastante respeto y con cierto desasosiego. Pero, ¿Quiénes eran? ¿Cuál es su historia?
Las brujas
Para responder a la primera pregunta nos encontramos que bajo esta difusa denominación de “bruja” se unen y mezclan varios personajes a veces muy distintos entre sí. Por un lado, están las curanderas o herboleras, presumiblemente herederas de credos ancestrales y poseedoras de un rico saber en etnobotánica, que ofrecía remedios a numerosos males gracias a las plantas. Este legado estaba solo en manos de un puñado de personas a las que los vecinos recurrían para curar sus males. El portentoso conocimiento de hierbas, frutos y hongos de las curanderas escapaba al entendimiento de la mayoría de las personas y les hacía acreedoras de reverencia y
respeto, sobre todo en unas épocas en las que la medicina oficial mataba más que curaba. Con árnica, rabogato, raíz de zolla, rúa, labiérnago, té pelúo o yerba jedionda podían tratar casi cualquier mal, no sólo del cuerpo, sino también del espíritu.
Por otro lado, estarían las hechiceras, según la tradición, dueñas de unos saberes y de un don que les permitía dominar la magia, pudiendo llevar a cabo (o neutralizar) hechizos para bien o para mal, en el terreno de los amores, la salud, la fortuna e incluso el clima y las cosechas. Los poderes de las hechiceras permitirían llevar a cabo estos encantamientos a terceros, sin tener contacto alguno con ellos. En tercer lugar, nos encontramos con la figura de la adivina, cuyos poderes le permitirían hacer averiguaciones y aconsejar sobre el porvenir, sobre las intenciones del prójimo, o sobre cualquier otro asunto sobre el que se le consultase.
No hay que obviar que, en otras ocasiones, la mayoría de quienes eran tildadas de brujas no se encontraban en ninguno de estos grupos, sino en el de personas falsamente acusadas. Un dato curioso es que el Santo Oficio, sobre todo a partir de la expulsión de los moriscos, a principios del siglo XVII, comenzó a distinguir entre hechiceras y brujas, localizándose más casos de las primeras en el sur del territorio y de las segundas en el norte.
Curanderas, herboleras, hechiceras y adivinas: habitualmente una bruja era todas estas cosas a la vez mezcladas de forma a veces difusa. Y con pocas excepciones, quienes llevaba a cabo estas prácticas eran mujeres: según antropólogos como Julio Caro Baroja, por tratarse de una reminiscencia de antiquísimas tradiciones matriarcales; según clérigos como Fray Martín de Castañega, «porque (las mujeres) más ligeramente son engañadas por el demonio […], porque son más curiosas en escudriñar cosas ocultas […], porque son más parleras que los hombres […] y porque son más sujetas a la ira y vengativas».
Gracias a esas mujeres, independientemente de los poderes fácticos, políticos, religiosos de cada época, una combinación de conocimiento natural, pensamiento mágico y creencias antiguas sobrevivió al paso de los siglos. Pero en un momento determinado de la historia el poder eclesiástico comenzó a considerar estas prácticas como nocivas, desatándose una implacable persecución y, algo más trascendente a lo largo del tiempo, otorgando unas connotaciones negativas y siniestras a las brujas que nunca hasta entonces habían tenido y que ya les acompañarían para siempre. Desapareció definitivamente la imagen benévola que poseían ante sus vecinos, dejaron de considerarse integradas en su sociedad, sus mañas pasaron a considerarse obra o influencia del diablo y las prácticas brujeriles pasaron a la bruma de la clandestinidad. A partir de entonces, cada vez que una helada temprana arrasaba una cosecha, a una madre se le retiraba la leche, un niño enfermaba o un novio se desenamoraba, los ojos del pueblo se volvían culpando a la bruja. Y cada vez que alguien recurría a los servicios de la bruja y veía frustradas sus expectativas en el remedio recibido, tenía la posibilidad de vengarse
denunciándola ante las autoridades. Pero si algo tuvo de positiva la persecución fue que, gracias a la Santa Inquisición, quedaron registrados para la posteridad muchos de los datos de las brujas que durante una época anduvieron por nuestra tierra.
La Santa Inquisición de Llerena
El Tribunal de la Santa Inquisición se estableció en Llerena en 1485 y fue considerado como el más inflexible del reino. Quién caía en sus redes tenía bastantes probabilidades de acabar condenado a ser quemado en la hoguera, a galeras, a ser internado en las cárceles secretas de dicho tribunal, a que se le confiscasen sus bienes, a ser torturado en la cámara del tormento y a que toda su familia presente y futura sufrieran una de las mayores torturas psicológicas, como era la deshonra, por haber tenido en su núcleo familiar un hereje. Se dieron casos masivos, como el de Fregenal de la Sierra, donde fueron condenados más de 1.000 reos.
Los principales objetivos de la Inquisición de Llerena fueron los moriscos y los judíos. Estos suponían un importante filón económico, pues a los reos condenados se les confiscaban sus bienes, se les quitaban sus haciendas, casas, tierras, así como el dinero que tuvieran. Así, el Santo Tribunal por un lado no dejaba que fraguasen otras orientaciones religiosas, a la vez que, con la usurpación de los bienes de los reos, aumentaba sus ganancias el fisco real y el propio tribunal. Pero, por otro lado, el tribunal también perseguía a las brujas y hechiceras. Tras la expulsión de los judíos y de los moriscos, la lupa inquisitorial se puso sobre este tipo de herejías y aumentó drásticamente su presión sobre ellas.
Estos procesos, que podían desembocar en juicios o autos de fe, eran transcritos a petición del Consejo de la Suprema, a quien el tribunal de Llerena debía dar cuenta, aunque la mayoría de la documentación generada fue desapareciendo con el tiempo. La guerra napoleónica, la desamortización y el paso al régimen liberal con la abolición definitiva del Santo Oficio en el siglo XIX, supusieron la destrucción de muchos de los archivos de tribunales de distrito de la Inquisición de Llerena. Hoy sólo se conserva el archivo del Consejo de la Suprema y General Inquisición, situado en el Archivo Histórico Nacional de Madrid que puede ser consultado y donde es posible localizar las fuentes secundarias de primer orden que nos ofrecen pistas sobre la actividad procesal y la represión ejercida por el Tribual de Llerena: pleitos fiscales, correspondencia inquisitorial, documentación hacendística, relaciones de visitas, relaciones de méritos de reos, registros de penitenciados, registros de presos, inventarios de archivo, actas de visita a las cárceles secretas y relaciones de causas y autos de fe. A través del estudio de la documentación más representativa, los estudiosos pueden conocer el funcionamiento de este tribunal y los detalles de la represión que ejerció.
En estas fuentes se puede consultar la relación de causas de los siglos XVI al XVIII que nos enumeran y detallan 229 casos de brujería y hechicería que no debieron de ser excepciones en la sociedad extremeña de aquella época.
Las brujas extremeñas
Entre las prácticas habituales de las brujas extremeñas se encontraban la sanación del mal de ojo o “aojamiento”– un mal ancestral común en muchas culturas de todo el mundo- o los sahumerios. También proporcionaban toda clase de ensalmos, amuletos, sortilegios y maldiciones, en los cuales se mezclaba la tradición pagana con el sincretismo religioso. Hace tiempo, por ejemplo, era frecuente que algunos niños pequeños de las zonas rurales extremeñas, llevasen al cuello un escapulario que contenía la cabeza seca de un lagarto y un papelito con una oración a Santa Apolonia: según las hechiceras ello favorecía la aparición de una dentición sana y fuerte. Otros amuletos frecuentes eran la Piedra Bezoar (amuleto protector que no era sino un cálculo renal) o la higa (pequeña mano tallada en coral o azabache). Sortilegios malignos podían ser las cenizas de una oración o determinada yerba que debían de ser pisados inadvertidamente por la persona objeto del conjuro.
Poco a poco, lo que siglos de persecución no pudieron conseguir, lo consiguió el paulatino avance del pensamiento racional y científico, que relegó a los planteamientos mágicos y supersticiosos, desapareciendo poco a poco del acervo de los pueblos la presencia de las brujas. Hasta el punto de haber estudiosos que se preguntan si realmente existieron alguna vez o si simplemente fueron un invento, o al menos una exageración, del poder religioso para utilizar sus herramientas de control. Ello, a su vez, daría lugar a que muchas personas creyeran en las brujas y a que algunas personas creyeran serlo. Lo que es evidente es que de no haber gente que creyera en ellas, nunca hubieran existido. Y que, actualmente, aún hay gente que cree en ellas. Incluso quien afirma que, si se sabe preguntar en algunos pueblos extremeños, todavía es posible dar con alguna bruja.
Quiénes eran: los nombres propios
Los documentos que han permanecido han dejado testimonio de quienes eran las brujas extremeñas. Así, nos encontramos con nombres propios o apodos, como Josefa Zarpazos (Aceuchal), Catalina la Cereza (Ahillones), la gitana María Hernández (Berlanga), María González, María Pedrera , Juana La Morena (Fuente del Maestre), la Macharra (Garrovillas), la Lindica (La Haba), la Niña profetisa (Herrera del Duque), Agustina González y María Guerrera (Llerena), Mayor Mejía (Medina de las Torres), las tres hermanas brujas (Navalvillar de Ibor), Gurumiña (Olivenza) o la Candelaria (Valencia de las Torres).
Tenemos el caso en una localidad donde la institución eclesiástica localizó a numerosas brujas, fue Jerez de los Caballeros, conocemos sus nombres o apodos: La Fraila, La Chaparra, La Médica, La Losa, La Valladares o la Parda son solo algunas de ellas. Los documentos inquisitoriales también nos hablan de la fama y predicamento que alcanzaron las hechiceras de Galisteo o Aceituna, la curandera de Brozas o Sibila de Fregenal, a la que vieron volar montada en un carnero. En los viejos papeles de Llerena también se mencionan los lugares que utilizaban las brujas para reunirse en las noches de San Juan, como la Suerte de las Brujas (Santa María de Magasca) o el Cerro de la Brujera (Logrosán), donde celebrarían encuentros clandestinos en los que, si bien no se llevarían a cabo aquelarres, intercambiaban sus conocimientos y realizaban ritos paganos.
Dos localidades extremeñas antaño – y no tan antaño- muy relacionadas con la brujería, son Aceuchal y Villagarcía de la Torre. De este último pueblo – cuyo gentilicio es “Brujo”- se contaba que no se hacían chimeneas en las casas para que no entrasen las hechiceras por la noche. Encontramos la historia de María Pizarra de Villagarcía de la Torre, a la que se la acusaba de volar gracias a los demonios, a la Cereza de aplicar maleficios y a otras de practicar ritos heréticos, de recitar oraciones paganas o de idolatría.
En los legajos consultados del Tribunal de la Inquisición de Llerena encontramos el nombre de Josefa, bruja de Aceuchal apodada La Zarpazos. Los legajos de la Inquisición de Llerena dan fe de su existencia y de su comparecencia ante el tribunal, acusada de practicar «diversas fechicerías e sahumerios». El auto de fe fue celebrado el día de la festividad de San Jorge de 1662 y, además de el de Josefa la Zarpazos, fueron juzgadas públicamente otras tres acusadas de hechicería de Granada y a María de las Rexas, vecina de Medellín acusada de lo mismo.
Fuentes consultadas:
– AHN: Tribunal de la Inquisición de Llerena. Signaturas: INQUISICIÓN, Legajos 5270-5273; INQUISICIÓN, Libros 211-212
-Flores del Manzano, Fernando: Mitos y leyendas de tradición oral en Extremadura, Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1998. –
-Hurtado, Publio: Supersticiones extremeñas, anotaciones psico-fisiológicas, Cáceres, 1902
-PINTO CRESPO, V. “Los depósitos de papeles inquisitoriales”, Historia de la Inquisición en España y América, t. 1, p. 6
-AHN, INQUISICIÓN, libros 211-212.
-AHN, Inquisición, lg. 1.987, exp. 2. 59
-AHN, Inquisición, 1988, exp.82
-AHN, Inquisición, 1.982, Exp. 3. Ibídem, 1.984, Exp. 5. 48, Exp. 16. 49 Ib., 4.566, Exp. 16. 50 Ib., 1.979, Exp .5. 51 Ib., 1.972, Exp. 12. 52 Ib., 1.984, Exp. 7. 53 Ib., 1.972, Exp. 2.
– Archivo Histórico Nacional; plataforma digital PARES, Portal de Archivos Españoles, en http://pares.mcu.es/